Nada para siempre

La destitución en su puesto y la vuelta a la carretera de nuestro compañero José Puyol pone de nuevo en primera línea algo sobre lo que casi nunca reflexionamos y sobre lo que recae una sensación incierta de que existe un compromiso tácito no ratificado que nos amparará sobre cualquier modificación sobre nuestro puesto de trabajo.

Vaya por delante que esta reflexión no trata de exteriorizar las reflexiones de nuestro compañero sino las mías propias -aunque me hago una idea de las sensaciones y los pensamientos que le vendrán a la cabeza a Jose, al que le deseo lo mejor siempre- pero que le ha sucedido a él y lo que sucedió a tantos y tantos portilleros debe de ponernos sobre aviso de lo que sucede diariamente en esta empresa. Nada ni nadie es imprescindible, nadie se debería acostar pensando que lo que tiene es suyo y nadie se lo va a quitar porque somos, ante todo, trabajadores de una empresa y a ella nos debemos. Y eso de "debernos" nos hace tan y tan vulnerables que pienso que cuanto más apegados a nuestro estatus estemos más vulnerables y débiles nos volvemos. Cuanto más derecho tenemos sobre ese puestro inamovible más posibilidades tenemos de ser utilizados.

Hace algunos años se activó un movimiento que pretendía que todos los conductores rotaran. Más tarde se comprobó que lo que se pretendía es que se rotaran algunos servicios, los que le interesaban a algunos, y que el resto siguieran igual. La idea me pareció acertadísima y actuaba sobre una situación injusta que, pese a que algunos piensen lo contrario, nos perjudicaba y nos perjudica. Y es que, desde el momento en que toleramos que la empresa sitúe a conductores en turnos mejores o peores de manera permanente, le estamos facilitando una herramienta para que castigue o premie a su libre alvedrío y sin posibilidad de demostrar que realmente está castigando o premiando a alguien. Si eres "bueno" vas a tal servicio y si eres "malo" a otro, mientras que si todo el mundo rotara, todo el mundo en todos los servicios, nadie se sentiría privilegiado y nadie se sentiría castigado.

Pero claro, chocamos con lo establecido: "yo ya lo pasé, y todos deberán pasar por ahí ". Y entonces aparece el problema: cuando la empresa te dice por dónde debes de pasar, por dónde debes de ir sin vacilar. Y, en ese momento, uno se plantea tantas cosas, recuerda tantos problemas resueltos, tantas horas haciendo más de lo que debiera... ¿ mereció la pena ?. Sin duda, sí. Pero no porque esperabamos recompensa, sino porque somos como somos, nos educaron así, para trabajar con honestidad y dignidad, para no mirar a otro lado, para no esperar una recompensa por ello, porque ahí la fastidiariamos, y la fastidiamos porque en muchas ocasiones la recompensa no llega. Nos habremos olvidado, entonces, que la recompensa no es ni más ni menos que el trabajo bien hecho. Algo de lo que muchos de los que están más arriba jamás podrán disfrutar.

Mucho ánimo a José Puyol y a todos los que se sientan identificados con él.

Un saludo portillero.