Existe una especie animal (dentro de los racionales) con un comportamiento harto sorprendente y sin igual entre todos los especímenes del reino animal. El empresario. No existe ser en el universo de hábitos iguales y con un afán más ambicioso que él. Su principal misión es ganar y ganar. Y ganar, sin tener en consideración sobre qué, ni sobre quién va caminando en pos de esa meta.
A ese viaje, el empresario no duda en invitar a algunos trabajadores. No, no de la variedad de los "currantes", no , se trata de trabajadores de la clase "rastreros", "pelotas", "correveidiles" (que decia aquel) y sin ningún conocimiento de lo que es la dignidad, la honestidad y el uso de sus derechos. Porque siempre piensan que si hicieran uso de esas facultades, no llegarían nunca a sentarse al mismo nivel de sus jefes. Si reivindicaran sus derechos, no serían vistos como sumisos corderitos a los que el pastor podría premiar de vez en cuando con un miserable terroncito de azúcar.
Y el empresario, con su séquito, se dedica hasta el hastío, a quejarse. A quejarse de que no gana lo suficiente. A quejarse de que no ganó más que el pasado año. A quejarse como no hace ningún ser en todo el ámbito de la naturaleza. Y ahora, aprovechando todo el eco del rebaño empresarial, quiere más, quiere no ser como el resto de los mortales, no vaya a verse degradado en el escalafón y pueda compararse a los trabajadores que están pasando serias dificultades para llegar a fín de mes. Y , por supuesto, a quejarse de que no vaya a acabarse el chollo. ¿ Y cómo parece que se pueden solucionar sus problemas ?, pues abaratando el despido. ¿ Abaratando?, es difícil interpretar esa palabra en las condiciones actuales. Os invito a calcular lo que sería para cada uno de vosotros la indemnización legalmente establecida para su despido improcedente, y luego me decís si lo que se pretende es abaratar el despido, o simplemente que el trabajador sienta el miedo permanente a ser despedido, el miedo a reclamar lo que le corresponde y la necesidad de abandonar su dignidad, esa que perdieron la mayoría de los empresarios, con tal de dar de comer a su familia.
Un saludo portillero.
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